El texto de Diego Rivera (1886-1957) lo revela como atento observador del contexto nacional; no obstante, su retórica radical y reduccionista hace abstracción de los reales actores políticos, agrupándolos en “reaccionarios y burgueses” o “proletarios y campesinos”. Así, el autor se ahorra la transcripción de nombres y situaciones concretas, como si estos autores de los hechos se sobreentendieran a partir de los calificativos que se les adjudican. Aunque en el texto se mencionen tangencialmente los estados de Puebla y Veracruz, no se habla específicamente de la rebelión de Adolfo de la Huerta (presidente provisional unos meses de 1920), la cual había estallado en diciembre de 1923 y estaba ocurriendo al momento de la escritura del artículo. Los comunistas tenían una posición ambigua respecto al gobierno obregonista; por un lado deseaban que hubiera una revolución como la rusa y, por el otro, cerraban filas en torno al grupo gobernante cada vez que había un levantamiento de militares inconformes. Todo ello sin obtener absolutamente nada a cambio. El gobierno del General Álvaro Obregón todavía no cabía dentro de las categorías de “burgués-reaccionario”, ni mucho menos “socialista-proletario”; no obstante, había emanado de una revolución y eso bastó a los editores del periódico quincenal El Machete para hacer un llamado para su defensa incondicional. Por supuesto, tanto Rivera como sus compañeros pintores sindicalizados fantaseaban con la futura insurrección del proletariado; pero, en tal coyuntura, todos justificaban la permanencia del gobierno por ser éste, desde su perspectiva, una especie de mal necesario para la transición hacia el nuevo orden. El texto está acompañado de una xilografía no firmada con la leyenda “mis dueños, mis amos”, que por razones de estilo se puede atribuir a Xavier Guerrero (1894-1974).