Diego Rivera (1886-1957) deja entrever algunos de los principales presupuestos ideológicos que definieron su actividad política y luego se reflejaron en su producción artística. Al respecto, se presume que el autor eligió escribir sobre Felipe Carrillo Puerto (1872-1924) no sólo por la cercanía de los acontecimientos que éste protagonizó, sino por los lazos que lo vinculaban con él. Nexos tales como la filiación socialista, la pertenencia a la masonería, la exaltación de la raza y la cultura indígenas como fuentes de la identidad nacional, amén del desprecio por lo que ambos consideraban reaccionario, criollo y europeizante. Del mismo modo, Rivera encomió la actitud viril del gobernador yucateco (y por inducción, de los socialistas), a la que contrapuso la de la reacción y los “homosexuales en comandita”. Finalmente, con el empleo de una retórica cargada de referencias bíblicas, el autor sugiere un paralelismo entre la vida de Jesús y la del llamado “apóstol de la raza”.
Cabe señalar que, cuando Rivera escribió este artículo, ya había plasmado la imagen de Carrillo Puerto en uno de los paneles que pintó en la Secretaría de Educación Pública en 1924, aquel intitulado “Mítines del primero de mayo”. En él, se puede observar al prócer yucateco vestido con una especie de alba, en actitud paternalista y con un gesto piadoso. Cuatro años más tarde, en el mismo edificio, Rivera pintó una serie de tableros dedicada a los mártires de la raza y de la tierra (Cuauhtémoc, Carrillo Puerto, Emiliano Zapata y Otilio Montaño), en la que hace una alegoría de su resurrección. Lo anterior permite apreciar la correspondencia entre el discurso visual y el escrito.
El movimiento delahuertista (1920-24) estaba cargado de resentimientos, ya que su líder, Adolfo de la Huerta, fue incapaz de mantener su gobierno interino (1920) ante el empuje de dos presidentes futuros, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, ambos también sonorenses.