David Alfaro Siqueiros inicia su artículo comentando que la obra de Diego Rivera, dentro de su cosmopolitismo emotivo de pintor moderno, es esencialmente mexicana. Señala ser un error garrafal considerar verdaderos pintores mexicanos a aquellos que utilizan modelos autóctonos, representándolos a la manera de Zuloaga o Beardsley. No obstante, afirma que en la obra de Rivera se manifiesta el vigor de tradiciones hispano-indias con más fuerza y precisión que en ningún otro artista americano. Siqueiros apunta ciertos datos cronológicos del pintor entre los que resalta el tiempo perdido estudiando en la Academia de Bellas Artes (1906 a 1910); su triunfo sobre el chauvinismo francés (entre 1910 y 1912); la fuerte influencia recibida de El Greco durante su estancia en España. De su época cubista (1914-1917), anota que Rivera, por su necesidad de indagar, se adhiere frenéticamente a la tendencia, a través de la cual exalta su innata necesidad de “hacer materia”. Señala, incluso, que se interesa únicamente por una tendencia plástica: ajena a toda literatura, a todo sentimentalismo anémico y evolucionando hacia un arte más suyo, más tropical. Para Siqueiros, Rivera se aproxima (entre 1917 y 1920) a Cézanne y a Renoir regresando a la pintura realista y especializándose en el retrato. Cita, a propósito, lo que el crítico francés Élie Faure escribe en su Histoire de l’Art sobre los retratos pintados por Rivera. Finalmente, Siqueiros comenta el viaje que el muralista emprende a Italia (entre 1920 y 1921), donde, a partir de su estudio sobre el arte etrusco, comprende que la construcción, el ambiente y la clasificación de calidades son medios irrefutables para llegar a una finalidad pictórica superior. A su juicio, Rivera es sin duda el pintor con más fuerza de América y junto con Matisse, Picasso y Gauguin encabezarán la lista de la historia de la pintura contemporánea.