Antonio Rodríguez (1909-93), fiel defensor de las ideas de izquierda y de la pintura política, continuaba sus declaraciones en contra de las pinturas de Rufino Tamayo (1899-1991). En esta ocasión, hacía un llamado a los medios de comunicación, los cuales se encargaban de presentar al pintor oaxaqueño como uno de los mejores artistas plásticos del momento. Aseveración con la cual no estaba de acuerdo ya que sus pinturas no presentaban la defensa de ninguna ideología. Cabe aclarar que en sus críticas, Rodríguez cometía un grave error al considerar a Tamayo como pintor abstracto, despojado de cualquier idea y de todo sentido social. Este tipo de afirmaciones ha provocado que las pinturas de Tamayo sean interpretadas a partir de una visión meramente estética, sin considerar sus contenidos políticos y filosóficos. Rodríguez hacia una denuncia pública, sobre todo a la publicidad que la obra de Tamayo había tenido a partir de su exposición de 1948 presentada en el Palacio de Bellas Artes. Desde entonces, la imagen pública de Tamayo empezó a cobrar fuerza; los críticos de arte, al igual que Tamayo, establecían una diferencia tajante entre sus pinturas y la de los muralistas, con lo cual se inició la construcción de un mito. Paradójicamente, Tamayo criticaba a los “tres grandes” pero al mismo tiempo jugaba el papel del artista modelo; es decir, a pesar de su ataque al culto de la personalidad se presentaba como uno de los mejores pintores de México.