Dentro del Itinerario de 1968, esto es, la secuencia de acciones y definiciones que protagoniza la vanguardia argentina en su acelerado proceso de radicalización artística y política, el Primer Encuentro de Arte de Vanguardia es la instancia de mayor autorreflexión sobre el lugar adonde habían quedado colocados una vez concretada la ruptura con las instituciones artísticas. Los artistas de Rosario y de Buenos Aires se autoconvocan en Rosario, a lo largo del fin de semana del 10 y 11 de agosto, en una reunión que muestra la densidad del proceso de elaboración y discusión de las ideas estéticas y políticas que sustentan el Itinerario del ’68. Pone de manifiesto la autoconciencia de los artistas plásticos acerca de la “situación límite” en la que se encuentran.La intensidad de las rupturas que venían protagonizando los instalaba fuera del (o más aún, en oposición al) circuito modernizador con el cual habían convivido hasta entonces. Ese desplazamiento, el abandono de los lugares y los soportes (físicos, materiales, institucionales) conocidos o ya transitados para hacer arte, es vivido por los artistas con una actitud autorreflexiva muy marcada. Esta actitud ya podía percibirse en los escritos (manifiestos, volantes, cartas) con los que acompañan sus intervenciones a lo largo del Itinerario del ‘68. Pero, sin duda, es el I Encuentro el que congrega al colectivo en un ámbito de discusión y elaboración, al que se suman otros importantes intelectuales.El Encuentro supone la voluntad de construir una instancia colectiva mayor —más allá de los grupos, talleres, amistades y afinidades ya existentes—, que aglutine a los artistas de vanguardia del país. Implica, incluso, la ubicación de los artistas en un lugar de producción y elaboración teórica, poco habitual en el medio plástico. No se agrupan para hacer una obra, ni organizar una muestra. Se reúnen para evaluar ellos mismos en qué lugar están y adónde deben dirigirse. Las cuatro ponencias presentadas a la discusión en el I Encuentro tienen un común denominador: en el marco del debate sobre “el lugar del arte en el proceso político revolucionario”, intentan formular alternativas dentro de la actividad artística desde las cuales aportar algo eficaz a la transformación de la realidad. Esa defensa de la especificidad artística y de la experimentación formal contrasta no sólo con las variantes de arte político o con las zonas de la vanguardia despolitizadas o lúdicas existentes entonces en la Argentina. Sobre todo, es una alternativa (efímera, es cierto) a la opción que se impone entre la misma vanguardia poco tiempo después, cuando el lugar que asume la dimensión política no deja margen a la posibilidad de intervenir en la esfera pública con una modalidad y desde una lógica propias de la vanguardia artística.