Este artículo plantea ya una de las primeras escrituras formales sobre la historia de la fotografía chilena; en él, Mario Fonseca hace hincapié en la ausencia de historia, de crítica y de mercado. Recorre la llegada de los primeros daguerrotipos a Chile, en 1840, y su institucionalización en Valparaíso con la creación del primer taller de José Dolores Fuenzalida, cinco años después. Comenta una serie de personajes (en su mayoría extranjeros) que producen registros nacionales en torno al paisaje del país y retratos de la alta sociedad. Dos hitos de suma importancia para esta historia son la exposición de Arte Fotográfico organizada por el diario capitalino El Mercurio (1904) y el Primer Salón Anual de fotografía organizado por la Revista Zig-Zag. Este cúmulo de imágenes se caracteriza por falta de carácter autoral, responden a una estética colectiva. Se brindan datos y nombres de elementos primordiales de la fotografía en Chile, desde Jorge Sauré, Alfredo Molina o Jorge Opazo (poco conocidos) hasta emblemas significativos para nuestra contemporaneidad (Antonio Quintana y Sergio Larraín). Debido a los altos costos de cámaras de formato medio, transportables, gran parte de quienes registraban imágenes en las décadas de sesenta y setenta pertenecen a firmas extranjeras. Uno de los hitos más importantes fue la constitución de la AFI (Asociación de Fotógrafos Independientes), donde destacan Leonora Vicuña, Luis Poirot, Claudio Pérez, Marcelo Montecino, Pedro Marinello, entre otros.