Tanto la Segunda Bienal de Jóvenes, en París, como la exposición de Los hartos en la Galería Antonio Souza, en la Ciudad de México, son descritas por Margarita Nelken como el final de una época y el principio de otra. Ante la pobreza técnica y de imaginación en las obras presentadas en la Segunda Bienal, aceptadas por sus organizadores y por un público temeroso de rechazarlas, la “exposición” de Los hartos destaca por su protesta con sarcasmo. Si ya no se puede regresar a los métodos del pasado para la creación artística, tampoco se pueden presentar lienzos como los expuestos en la Segunda Bienal con unas cuantas manchas o con fragmentos de varios materiales que han agotado un ciclo artístico, carente de renovación. Nelken concluye que, si la presencia de artistas como Mathias Goeritz, José Luis Cuevas, Jesús Reyes Ferreira o Pedro Friedeberg en la exposición de Los hartos incluye a “Inocencia” —una gallina que puso un huevo de setenta centavos—,éso no es más que el límite extremo. A partir de ahí surge el precipicio: la vacilada como creación o, de nuevo, la creación como mensaje de sensibilidad y el trabajo diario del artista con todo lo que implica. Argumenta Nelken que lo que se ha entronizado es la futilidad que ya harta. Además, esa vacilada de Los hartos es lo que pone el punto final.