Este texto escrito por el arquitecto chileno Carlos Feuereisen es una reflexión folklorista sobre la necesidad de introducir la cultura visual de los pueblos prehispánicos en el diseño del arte decorativo y la arquitectura que se produce en Chile hacia el inicio de la década de 1930. En su ensayo, Feuereisen juzga que la tendencia mayor hacia la “nacionalización” de las cosas en torno a un país procede de su arquitectura. Cuestiona que para procurar el “sabor local” tenga que recurrirse al tan trillado y “adulterado estilo llamado ‘colonial’”, el cual carece de actualidad y que tampoco marca ningún parámetro evolutivo en la historia de la arquitectura. Refiriéndose a Chile, su país, plantease la posibilidad de ¿“(…) una arquitectura autóctona?” Y responde de modo afirmativo. Cree él que el legado indígena ha dejado ejemplos susceptible de desarrollo dentro de los actuales conceptos arquitectónicos. Ejemplos de cerámica y tejido pueden servir de base a “una decoración arquitectónica [con] un sello característico, netamente nacional”. El autor está convencido de la posibilidad de un tipo de “arquitectura autóctona”. Elogia la existencia del concreto armado, sobre todo en países como Chile tan sujetos a movimientos sísmicos, por el hecho de ser preferencial de escuelas. Sin embargo, a diferencia de esas corrientes internacionales donde se prescinde de toda decoración superflua ajena al objetivo netamente constructivo, a su juicio, “conviene tener en cuenta estos dos principios si se quiere llegar a la creación de una arquitectura chilena”. Feuereisen opina que la línea recta, de uso tan constante en aquellas obras, “no parece estar indicada en la arquitectura autóctona”. Para tanto, aboga por una interpretación que jamás imite ni copie los motivos autóctonos. El gran problema que se plantea para concluir su propuesta estriba en conservar, todavía hoy, “aquella ingenuidad que les es propia y que le da el carácter que tiene”.