En este ensayo de 1937, Justino Fernández hace un recuento sobre el desarrollo del arte mexicano en los años veinte y treinta. El texto está organizado en tres grandes bloques; as saber: pintura mural, pintura en general y escultura. Sobre la pintura mural, Fernández habla de ella como una técnica que aparece y desaparece en diferentes tiempos de la historia mexicana, desde tiempos precortesianos. El apogeo se da en la época posterior a la Revolución bajo el patrocinio del Ministro de Educación Pública, José Vasconcelos. El autor sólo escoge como grandes muralistas a Diego Rivera y a José Clemente Orozco, pues, en 1937, David Alfaro Siqueiros no era considerado como parte de los Tres Grandes. Fernández, al estudiar a otros pintores en cuanto muralistas, retoma a aquellos que dejaron sus obras tanto en la Escuela Nacional Preparatoria como en la Secretaría de Educación Pública. Sin embargo, el ensayista hace un apartado de pintura en general, con lo cual establece la diferencia entre pintores asociados con la “Escuela Mexicana” y aquellos que se llamarían los Contemporáneos. Aún así, no queda clara la citada diferencia, puesto que Fernández vuelve a repetir a artistas como Carlos Mérida y Siqueiros. Se trata de pequeñas biografías sobre artistas que no han pasado al canon de la historia del arte mexicano. La escultura es tratada de la misma forma y la novedad estriba en que se estudian (dentro de las artes) tanto la cerámica como el arte popular.