En octubre de 1926 apareció el primer número de la Revista Forma. En su primera página, José Manuel Puig Casauranc (1888-1939), Ministro de Educación Pública (1924-28), anunciaba que a la cartera a su cargo le correspondía atender el fomento y desarrollo de las artes plásticas, “revelación cada vez más clara y patente, de formidable caudal de fuerza creadora que alienta en nuestra raza”. Añadía que de ese gran talento atestiguan las ruinas prehispánicas. La introducción del funcionario sintetiza varios conceptos formulados en el discurso de los gobiernos posrevolucionarios matizados por las tendencias e ideas primitivistas de las vanguardias europeas. Puig Casauranc resalta que el arte liberado de las malas influencias es el que desean integre la revista. A su juicio, tales influencias contemplan el mal gusto afrancesado del siglo XIX así como los “malos modelos” y el industrialismo en el arte.
La revista fue propuesta y dirigida por pintor Gabriel Fernández Ledesma y editada, al alimón, por la Secretaría de Educación Pública (SEP) y la Universidad Nacional de México, en la época sin autonomía aún. El criterio de la revista estuvo a cargo de Salvador Novo quien —según indica Puig Casauranc en la presentación— “a este criterio, cuya dureza no debe temer ningún artista real y sincero, deberá ajustarse lo que aparezca en esta revista”. Forma fue quizás la primera revista dedicada, al decir de su portada, a la pintura, grabado, escultura, arquitectura y expresiones populares. Salieron a la luz únicamente siete números y para 1928, año de importantes cambios políticos en el país (elecciones presidenciales y cambios en los puestos gubernamentales) no se volvió a publicar.
Sólo en los tres primeros números se incluyeron este tipo de encuestas: una sobre pintura, otra sobre escultura y una más sobre arquitectura. Los aspectos relevantes de la encuesta sobre escultura es, en cierta medida, la inconformidad manifiesta en la mayoría de los encuestados tanto sobre la actitud y los resultados de los aristas académicos como la separación entre la escultura académica y la de cuño popular. Todo ello, sin olvidar el concepto que se tenía desde entonces de ligar la escultura a la arquitectura; idea que se desarrolla ampliamente en la década de cincuenta dentro del movimiento de Integración Plástica.