Para Diego Rivera el arte aparece sólo cuando empieza haber signos de humanidad entre las comunidades primitivas. Prueba de ello es el arte precolombino, africano y europeo. Esas obras ancestrales ya contienen todos los elementos para funcionar como provocadoras de la emoción estética, la cual actúa sobre el sistema endrócrino-simpático. El pintor afirma que el arte está ligado a todos los actos que cumplen las necesidades básicas del hombre: alimento, abrigo y amor. Desarrolla esta idea señalando cómo el arte va apareciendo en las actividades humanas, desde la pesca y caza, hasta la guerra y las religiones. Conforme van apareciendo castas y clases que dominan a las comunidades, puntualiza Rivera, éstas tratan de controlar la producción del arte poniéndolo al servicio del poder que sustentan, situación que prevalece hasta nuestros días. Comenta el pintor que, además, el arte es subversivo y progresista puesto que los artistas toman parte de la lucha de las clases oprimidas. En su entender, el arte, como las demás necesidades humanas, construye una superestructura; una cultura que desde la cúpula derrama sus productos hasta la base de la estructura que, a su vez, contribuye con renovaciones. Éstas suben a la cúspide de nuevo y es ahí donde pueden generarse modificaciones por dichos factores, constituyendo así un verdadero movimiento orgánico circulatorio. Por eso, si los factores de cambio que recibe la cima de la cultura son progresistas y revolucionarios, los resultados serán tónicos y nutritivos; pero, si son conservadores, antiprogresistas o contrarrevolucionarios, serán como tóxicos estupefacientes que bien pueden llegar al conformismo moral. Es así como el Estado construye un aparato de arte y cultura bajo el control de la clase dominante; o sea, aquellos que elaboran productos calmantes e inebriantes para mantener conformes y quietas a las masas. Motivo por el cual se facilita su explotación. No obstante, desde las capas más profundas, surgen gérmenes de rebelión y progreso que forman organizaciones clandestinas dentro del aparato del Estado y con lo cual se acrecienta la energía del pueblo en lucha por su liberación. Rivera sostiene que no hay una sola nación de las Américas que no mantenga vivas, en su producción contemporánea, las tradiciones del arte continental. Situación que contribuye a la unidad panamericana y que —de manera conjunta con la industrialización planificada que los Estados Unidos aportan— América no perecerá bajo los escombros del mundo racista y esclavista cimentando, en cambio, en ella, una sociedad libre, nueva y mejor.