Desde su visión europea, Paul Westheim comenta sus primeras impresiones del arte moderno mexicano. Le atribuye dos cualidades: la primera, la originalidad e independencia ante el quehacer artístico de Europa y, la segunda, el renacimiento de un arte popular alejado de lo pintoresco. El crítico alemán de arte realiza una completa revisión del proceso artístico a través de algunas premisas tales como la universalidad de la producción de la plástica mexicana y sus diversas conexiones con las cualidades tanto formales como de contenidos, así como sus relaciones con lo popular, entendido como individualismos transformados en una colectividad a través de una idea común. Westheim indica que, en México, se presencia el comienzo de una producción artística que no viene de las altas esferas ni de sus reglas estéticas, sino que se genera desde las vivencias de amplios sectores del pueblo. Reseña algunas obras de Siqueiros, Rivera y Orozco; se refiere a la diosa azteca Coatlicue en cuanto a su configuración formal; además de subrayar, por otro lado, la importancia del grabado en México, mencionando algunos grabadores como Posada, Leopoldo Méndez y Chávez Morado entre otros. Finalmente, Westheim comenta algunas características de pintores enfocados más hacia la obra de caballete como Frida Kahlo, Francisco Goitia, Rodríguez Lozano y Carlos Mérida.