El texto es el primer ensayo del pintor guatemalteco radicado en México Carlos Mérida (1891-1984) sobre la integración plástica. En él se conjugan tanto las ideas y experiencias acumuladas así como las charlas y debates que Mérida mantuvo con varios de sus contemporáneos sobre el tema. Para el momento que lo escribió ya había realizado su obra de integración más importante: el multifamiliar Centro Urbano Presidente Juárez. El escrito versa sobre algunos conceptos originales del pensamiento del artista. Trata, en esencia, sobre la función social del arte; un arte para mayorías, aunque, —a diferencia de lo que habían planteado antes los primeros muralistas de los años veinte— Mérida aboga por una expresión pictórica libre de demagogias, de caligrafías políticas cuya pureza y lirismo apueste al goce emocional de las masas, tornándose más humana y más universal. En este sentido, Mérida recurre al término “función social”, en vez de función estética, quedando así al alcance de las mayorías y asumiendo una postura opuesta al muralismo; no obstante, Mérida retoma parte de sus principios. Por un lado, señala lo fecundo que fue en sus inicios; pero, por el otro, lo considera anacrónico tanto en su discurso temático como en su integración plástica, al grado que lo denomina la vieja academia muralista. Además, recurre a algunos de los puntos señalados en el Manifiesto del Sindicato de Obreros Técnicos Pintores y Escultores de 1923 —del cual participó—, pero lo desviste del pretenso discurso revolucionario y lo enmarca en uno de corte más democrático. Por ejemplo, para el SOTPE tanto la pintura de caballete como el individualismo en la producción del arte eran rasgos burgueses y ajenos a todo arte revolucionario. En cambio, para Mérida, significaban una práctica de ciclos históricos, válido sólo en el pasado, sólo para minorías y generadora de vedettes, los cuales no tenían lugar en el llamado “arte de integración” donde el trabajo en conjunto era vital.