En este ensayo Carlos Mérida (1891–1984) nos da una lectura distinta sobre José Guadalupe Posada y de aquellos que para él fueron sus continuadores: Leopoldo Méndez y Alfredo Zalce. A partir de los años treinta, el pintor/escritor se avocó al análisis de la obra de arte desde el concepto de la abstracción, concluyendo que la buena pintura no es sino una manifestación creativa de la abstracción. Ésta, como proceso artístico, debe estar estructurada en una realidad, sea la que sea, disociada en forma y color, y reasociada de nuevo en fenómeno plástico. A través de tales premisas, Mérida revalora la obra de los grabadores, al sostener que tanto Posada como Méndez, Zalce y Manilla son grandes porque sus obras florecen en la suma de valores plásticos que la integran. Esto queda manifiesto en el soplo poético de la misma, en las transmutaciones de sus elementos y en la dosis de personalidad que lleva implícita. Para Mérida, estos artistas llegan al plano de la perfecta abstracción ya que el clima emocional de sus grabados es de tal fuerza que quedan en segundo plano los atributos anecdóticos o técnicos. Es en este punto donde Méndez y Zalce se convierten en los continuadores de una tradición iniciada por Manilla y, posteriormente, consolidada por Posada.
El ensayo se publicó en la Revista de Guatemala, año 1, vol. 4. Ciudad de Guatemala, abril-junio de 1946.
El dommy contiene subrayados y comentarios del pintor, quien escribió este ensayo para el contexto propio de Guatemala.