Margarita D’Amico entrevista a Carlos Cruz-Diez (1923-2019) sobre temas fundamentales para la modernidad venezolana; entre ellos, la voluntad de traspasar fronteras nacionales para alcanzar lenguajes de mayor universalidad. De allí que su nota trace un breve panorama de la presencia internacional de algunos artistas que apuestan (en Venezuela) por lenguajes abstractos y técnicas industriales. El entusiasmo típico de los movimientos abstracto-geométricos y cinéticos se hace patente, así como el desarrollismo que marcó las modernidades sociopolíticas latinoamericanas; centradas, no obstante, en infraestructuras grandiosas más que en la educación, la salud, la vivienda. Cruz-Diez opina que el arte de nuestro tiempo debe contribuir a humanizar las urbes modernas; el artista tiene la obligación de trabajar tanto en la ciudad como en su arquitectura. Habla entusiasmado de los múltiples proyectos que tiene en curso, trabajando junto al arquitecto en la concepción misma de la edificación, como lo está haciendo en la Asociación de Ejecutivos del Estado Carabobo (Valencia, Venezuela). Le entusiasma intervenir en el tejido urbano con murales, como los que prepara para Lyon (Francia), o la Plaza Andrés Bello (Caracas) o bien la represa de El Guri (Estado Bolívar). Trátase, sin duda, de un acompañamiento de esa modernidad desarrollista y sus proyectos grandilocuentes ajenos a los graves desajustes del sistema nacional.
La periodista lleva la discusión hacia sus propios centros de interés: tecnología contemporánea. Se habla de la holografía y pregunta si una técnica como esa no debería interesar a un artista de la luz y el color. Cruz-Diez responde afirmativamente, aunque no haya conseguido la manera de emplearla como herramienta capaz de trascender la fascinación del medio en sí. El artista se interesa por la tecnología en la medida en que ésta le permita encantar al espectador por su poder expresivo. Da como ejemplo un cubo que elabora en París, el cual cambia de color a medida que se le acaricia. ¿Pero qué es lo específico del arte de nuestro tiempo?, pregunta la periodista. Cruz-Diez se centra en problemas de lenguaje e insiste en otra de sus inquietudes fundamentales: la idea de que todo artista asume compromiso con su tiempo y debe inventar la pintura, cada vez que opera, a partir de técnicas de su época. El título "La historia empieza y termina conmigo", pretende decir que cada generación inventa la pintura de su momento histórico, generando “un discurso” que le es propio y diferente al de los artistas del pasado. Tanto Goya como Velázquez pintaron como nadie lo había hecho antes de ellos y sería un error imperdonable pretender revivir la pintura del pasado. Referencia indirecta a la llamada pintura de los ochenta, cobrando considerable atención en Europa. Incluso en Venezuela, donde un número considerable de artistas hablaba entonces de la posibilidad de regresar a una pintura expresiva, un “retour à l’ordre” tras los desarrollos experimentales vanguardistas, capaz de volver a reiterar los grandes temas de la humanidad y de retomar, para ello, herramientas expresivas del pasado.