Esta nota permite comprobar tanto el poder legitimante que tenía y sigue teniendo en toda la América Latina (y en Venezuela en particular) la aceptación internacional de la obra producida por un artista nacional como el poseer un interés considerable para comprender las intenciones del artista, en lo referente a sus Cabinas de cromosaturación. En el primer punto, hay la importancia asignada a que tales obras (reconocidas como un aporte al arte occidental) hayan sido producidas en Caracas. El hecho va más allá del aspecto práctico y de la ventaja estratégica que el taller local le da al artista; esto es, trabajar in situ (y a más bajo costo) las considerables obras de integración a la arquitectura y al tejido urbano que su visibilidad internacional le estaba ofreciendo en Venezuela. Se revela así el carácter “legitimante” que adquieren las propuestas de Cruz-Diaz al haber sido realizadas en su país. Se ejemplifica, por lo tanto, cómo la relevancia internacional nos alivia en cierta medida ese sufrimiento moral de sentirse uno fuera de la historia, olvidados y desconsiderados por los grandes centros creativos de poder en el planeta.
Cobra importancia la respuesta del artista a las preguntas de Tesesa Alvarenga en torno al funcionamiento y al sentido de sus obras de ambientación. Cruz-Diez explica que el visitante se encuentra expuesto a situaciones cromáticas “brutas” [en el sentido francés de crudo), esto es, sin ninguna connotación cultural (simbólica o histórica) preestablecida. Se pone, así, en evidencia el deseo (sin duda utópico) de enfrentarse el espectador a situaciones primarias, ahistóricas y en cierta forma aculturales, como si fuera posible ver un trozo de mundo por primera vez y sin ningún tipo de condicionamiento cultural. En broma, el artista insinúa que el hecho debería interesarles a los fisiólogos, tratándose de fenómenos de orden casi biológico y/o fisiológico, no aún codificados culturalmente. Habría allí una especie de manifestación contemporánea del antiguo mito del Paraíso, que el mismo Colón creyó encontrar en la pureza del paisaje y de los aborígenes americanos. El artista asegura que su obra funciona creando un efecto de cromosaturación elemental (y artificial) porque no existe en la naturaleza, buscando así lo que llamaba entonces de “descondicionamiento del espectador”. Algo semejante a si su obra consistiera en aislar y concentrar efectos naturales hasta el punto de desconcertarnos, de obligarnos a ver dichos fenómenos cromáticos como si lo hiciéramos por vez primera.
La nota informa sobre el nuevo del taller del artista, ubicado en el barrio de Bello Monte (Caracas) y sobre la Sala Cruz-Diez, que funcionará de manera permanente bajo la dirección del escultor Edgar Guinand.