Esta nota de prensa informa sobre el acto mediante el cual Carlos Cruz-Diez recibe el Premio Nacional de Artes Plásticas 1971. Posee interés particular por la nota anexa, y en la cual se anuncia la creación de una “Bienal Mundial de Arte”, ese mismo año, a través de su órgano de acción cultural, el INCIBA (Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes), corroborando así la absoluta sincronía de ideas entre los artistas abstracto-geométricos y cinéticos con los círculos de poder en la Venezuela de la segunda mitad del siglo XX, sin duda compartida por gran parte de la sociedad venezolana.
Es evidente que, tanto los artistas cinéticos como los centros del poder democrático en ese momento, compartían el sentimiento de atraso y aislamiento impuestos por la dictadura del General Juan Vicente Gómez (1908-15/ 1922-29/ 1931-35), militar de origen rural que sin duda gobernó al país como si se tratara de una hacienda familiar, con apego a las formas más tradicionales de la vida social, manifestando un escasísimo interés por la vida cultural. Como consecuencia, esta nueva generación vivió un intenso deseo de modernidad y progreso; una modernidad que, a su vez, pasaba por el desprecio de la vida rural y pueblerina, cuyo deseo de comunicación y contacto internacional contrarrestaría el aislamiento sufrido durante los primeros treinta años del siglo XX. Para los cinéticos, como para las esferas gobernantes de entonces, nada era más importante que alcanzar la sensación universal de que Venezuela formaba parte de una comunidad planetaria por donde pasaban las coordenadas de la historia universal. El país no era un punto olvidado y oscuro del planeta. De allí la voluntad, sin duda ingenua, de organizar una Bienal ya no internacional, sino incluso “mundial” de las artes.
Parece claro, también, que la voluntad de crear obras técnicamente impecables, producidas con materiales y técnicas industriales (caso de Cruz-Diez, en particular), libres de toda mancha temática visual y de cualquier impureza formal y material, concretizaban ese deseo de absoluta ligereza y transparencia, como si nada pudiera trabar la libre circulación de las ideas que la engendraban. La inexistencia de barreras visuales narrativas se erigía así como metáfora de una vida libre de ataduras tanto materiales como históricas. Nada debía detener el potencial de la mirada concentrada en estímulos a la retina, como tampoco nada debía detener la voluntad del artista, ahora universal; esto es, perteneciente no a un país específico, sino a la humanidad entera.