Carlos Díaz Sosa, crítico de arte venezolano y amigo personal de Carlos Cruz-Diez, propicia ver, con su texto, criterios de valoración activos durante la segunda mitad del siglo XX en Venezuela, así como la necesidad de legitimación de la modernidad en el país. La generación de Cruz-Diez emanaba de un largo período (1909-35) marcado por el autoritarismo del General Juan Vicente Gómez (dictadura de origen rural, ajena a todo tipo de vida ciudadana), a la que siguió la Segunda Guerra Mundial y la suspensión de intercambios culturales con Europa. Predominaba en dicha generación un inmenso sentimiento de soledad y aislamiento que, en el fondo, provocaba deseos de modernidad y reconocimiento. Uno de los leitmotiv característicos de la modernidad venezolana fue la idea de “alcanzar universalidad”; esto es, ser reconocido como artista cuya obra fuera válida y apreciada en cualquier parte del planeta.
Se da importancia a la participación de Cruz-Diez en un evento organizado por el emninente crítico de arte, Frank Popper, para el Centre National d’Art Contemporain (París), donde participaron cuarenta y dos artistas de todas partes del mundo. Cruz-Diez obtiene el Segundo Premio en esa “dura competencia internacional”, permitiéndole participar en la experiencia de “Arte en la calle” organizada por el mismo centro. En términos convencionales, no se trató de presentar un objeto de arte en la calle, sino de propiciar lo que Cruz-Diez llamaba entonces (dentro de una perspectiva marxista) “acontecimiento de descondicionamiento”; choque sensorial capaz de despertar a ciudadanos que viven alienados en las grandes urbes modernas hasta llevarlos a reflexionar sobre su vida y condiciones de existencia.
Se cita al curador del evento, Frank Popper, quien establece “una comunicación directa y viva con el público”; lo cual contrasta abiertamente con el silencio que caracterizó la acogida de su obra en la escena venezolana a pesar de ser un trabajo “tan importante como del de cualquiera otro en el campo internacional”.