Carlos Cruz-Diez conversa con el reportero de La República en torno a problemas técnicos y teóricos sobre el arte abstracto y cinético. La entrevista trasciende el desgastado conflicto artístico de esa época que se reducía a la oposición entre lo abstracto y lo figurativo. En el ámbito venezolano, esta entrevista se da diez años después de una célebre polémica pública sobre el arte abstracto entre Miguel Otero Silva (novelista y editor de orientación marxista) y Alejandro Otero, entonces enfrascado en la realización de Coloritmos, serie emblemática de la abstracción-geométrica. Cruz-Diez se encuentra de paso por Caracas, invitado por el INCIBA (Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes) que patrocina su participación en la próxima Bienal de São Paulo; la entrevista señala el tema polémico: “pintor abstracto”. Responde de forma sorprendente al afirmar que no es sino “un pintor de realidades” concretas; cuando él trabajaba directamente con la luz (con el fenómeno natural) la pintura tradicional imitaba la naturaleza al trasponer (en el lienzo) los efectos de la luz sobre los cuerpos.
Aprovechando la notable oposición entre sus afirmaciones de entonces y las que él mismo había hecho pocos años antes —cuando trabajaba en una pintura figurativa, social y políticamente comprometida— el entrevistador pide su opinión sobre el realismo socialista. Cruz-Diez responde con contundencia, afirmando que si él no está de acuerdo con un sistema político, protesta como ciudadano; pero que, como artista, no tiene ni poder ni la legitimidad necesaria para solucionar los problemas socio-económicos. Aborda el ejemplo del muralismo mexicano. “Los mexicanos se preocuparon por la miseria, pero ninguno de ellos fue capaz de eliminarla” […] “Si nos disgusta un sistema social, hagamos la revolución para eliminarlo”. Lo que un artista debe hacer, insiste, es “tocar la sensibilidad del hombre y descondicionarlo de los hábitos cotidianos”.
Cruz-Diez estaba entonces buscando las maneras de emplear el “color-luz” como uno de los medios capaces de producir ese choque de descondicionamiento para el espectador, lo cual resulta en sus primeras Cromosaturaciones (1968-69). Opuesto a “la pintura tradicional”, concibe una “pintura de transposiciones” que sumerge al espectador dentro de realidades fenomenológicas de su tiempo, como lo harían sus “cromosaturaciones”, sumergiéndolo en espacios saturados de color. Está convencido de que las proposiciones del cinetismo son tan importantes como las del impresionismo y del cubismo porque representan un mundo nuevo.