Ernesto Ramallo (enviado especial de La Prensa) describe lo que será la III Bienal Americana de Arte en la ciudad argentina de Córdoba, inaugurándose ese mismo día en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Ciudad Universitaria. El autor menciona el proceso de apertura (1958) como un Salón de Artes Visuales para artistas cordobeses, que luego se transformó en escala nacional y finalmente latinoamericana (1962). Tal apertura geopolítica de lo local a lo regional estuvo acompañada por el cambio de contenido, exclusivamente pinturas y esculturas (el periodista habla de un “concurso de pintura”) para terminar incluyendo estructuras que trascienden géneros tradicionales, caso de las obras premiadas. El artículo refleja una relación clara entre la amplitud y apertura (geográfica y geopolítica) del evento continental, y el concepto de “espacio” manejado por los artistas invitados, quienes producen pinturas “espacializadas” o bien que, partiendo de orígenes pictóricos, yerguen estructuras tridimensionales a modo de esculturas. El autor le acuerda importancia tanto a las dimensiones de los espacios de exhibición como a los dos mil metros cuadrados de paneles expositivos. El espacio es el protagonista del evento.
Se resalta que la adaptación de los espacios —cedidos temporalmente por la Universidad Nacional de Córdoba (siete mil metros cuadrados)— no estaba aún concluida. El director de la Bienal, Christian Sørenson, contó con los arquitectos Bentolila y Emaides, quienes se encargaron de reformas internas y externas hasta lograr el espacio adecuado; dos mil metros cuadrados de paneles para “colgar los cuadros”, tarea a cargo del pintor Ernesto Farina quien ha podido presentar los envíos sin establecer diferencia alguna entre las representaciones participantes. Mil metros de cenefa y cuatrocientas lámparas eléctricas facilitaron la instalación de obras de gran formato. Los jardines exteriores fueron igualmente adecuados. Todo ello propició las condiciones para albergar un certamen artístico con magnitudes nunca antes vistas en la Argentina, gracias a los recursos técnicos y económicos suministrados por IKA.
Los premios (de número considerable) fueron otorgados por un jurado internacional presidido por Alfred H. Barr, hijo, primer director del MoMA, además de Arnold Bode, director de Documenta en Kassel (Alemania); Sam Hunter, director del Jewish Museum de Nueva York; el arquitecto venezolano Carlos Raúl Villanueva (autor de los proyectos de la Universidad Central en Caracas) y el crítico Aldo Pellegrini, (fundador del grupo de Artistas Modernos de la Argentina). El gran premio de la Bienal fue otorgado a Carlos Cruz-Diez por su Physichromie y el primer premio lo recibió César Pasternosto, artista argentino. Una corta biografía del ganador de la Bienal resalta su dimensión internacional.