La reseña expone la relevancia que (en los años sesenta) habían adquirido artistas que incursionaron en la abstracción (geométrica o no) puesto que siete de los doce seleccionados practicaban en ese momento variantes de arte abstracto. La mención de Jesús Soto (además de la reproducción de una de sus Vibraciones) y la de Carlos Cruz Diez (como diagramador del catálogo) pone en evidencia su destaque respecto al resto de pintores notables que se indican en el proyecto de Miguel Arroyo; ambos enmarcan el conjunto de artistas seleccionados, abren y cierran el artículo. La otra fotografía que acompaña la noticia es la del propio director del MBA caraqueño, reconocido unánimemente como el iniciador de la museografía moderna en Venezuela, él mismo artista abstracto.
El hecho de que en una tan corta reseña periodística puedan detectarse claras líneas directrices subraya la marcada tendencia progresista y universalista de la modernidad venezolana, sin duda eurocéntrica y resueltamente abierta a la búsqueda de universalidad que caracterizó el pensamiento de la mayoría de los artistas abstractos (décadas de cincuenta al ochenta). Se da importancia a una exposición itinerante (a todas luces “diplomática”) que formaba parte de los mecanismos de promoción nacional llevados a cabo por las embajadas de las potencias europeas, bastante interesadas y generosas en la Venezuela petrolera, un mercado y un aliado considerable para aquella Europa de posguerra sufriendo aún su recuperación económica.
Puede observarse en esta reseña la relevancia que (además de los artistas cinéticos) comenzaba a cobrar la figura del “curador” que incluso nominalmente no se calificaba así. Con Miguel Arroyo, la figura del intelectual que organizaba la exposición, se generaba suficiente impacto público como para que el título del artículo comenzará con su nombre y que, inclusive, se reprodujera su retrato. Todo ello es significativo de un medio artístico local que comenzaba tímidamente a plantearse problemas más allá de un arte concebido como producción y contemplación, para abrirse a manifestaciones donde se tornan fundamentales, como en la curaduría, las condiciones de observación, de recepción y de interpretación de esas obras en determinados contextos.