El periodista, pintor de paisajes y crítico de arte venezolano, Rafael Cordero, escribe un artículo donde relata su encuentro con una de las Fisicromías de Carlos Cruz-Diez en su exposición de la Galería Kerchache (París, noviembre de 1965). Es representativo del impacto creado (por lo innovador de las obras) y del desconcierto (generado por sus efectos estéticos) sobre el público venezolano que, a mediados del siglo XX, vivía en un entorno cultural dominado por un paisajismo impresionista, aunque impregnado de un deseo de modernidad y progreso. De allí proviene la constante duda de Cordero, escindido entre su admiración por la pintura de ese compatriota que expone entonces en París y su desagrado por una pintura sorprendente que entra en conflicto con sus convicciones estéticas. Admira el objeto desconcertante, expuesto en ese centro de prestigio cosmopolita, aun cuando su “exasperante racionalismo” choque con su propia visión del hacer artístico.
El texto le ofrece al lector un panorama somero de la obra producida por Cruz-Diez en los últimos años, desde sus inicios figurativos con temas caraqueños hasta sus primeras obras abstractas de 1954 y este “insólito trabajo” de 1965 que lo inquieta por una sustancia densa y racionalista. Intenta una descripción de las Fisicromías y su mecanismo donde se pone de manifiesto su incomprensión. Las ideas se mezclan en su intento por explicar lo que ve, un fenómeno de percepción donde es imposible “ser coherente y evitar la digresión”. Critica el excesivo racionalismo materializado en estructuras de técnica funcional y mecanicista que le parecen alejadas de los valores humanistas; son, a su juicio, manifestaciones epidérmicas de una edad mecano-industrial, “un juego cerebral-cientificista en torno a la realidad que amenaza con hacerse monótono y decadente”. La consagración de Soto y Cruz-Diez fue factor de envidia entre sus compatriotas, según deja translucir Cordero, al mencionar colectivas e individuales en Roma, Londres, la actual en París.