Esta nota periodística de Francisco Díaz Roncero se centra en dos argumentos importantes: por una parte, que en estas manifestaciones actuales del arte “de movimiento”, artistas de América Latina ocupan lugar preponderante; por otra, se insiste en que tales manifestaciones artísticas —la cuales rebasan las categorías habituales de pintura y escultura produciendo estructuras que vinculan ambas sin limtarse a ellas— no son un fenómeno superficial ni pasajero. En conversación con Jean Cassou, entonces director del Museo Nacional de Arte Moderno de París, tales esfuerzos se ligan con anhelos históricos por expresar movimiento; entre otros, las investigaciones del renacimiento y del barroco. Hay en ello, una confirmación contemporánea clara de nuestro deseo de vivir en movimiento.
Centrándose en tales argumentos, el autor se enfrenta a una de las esperanzas mayores de la modernidad en la región (en Venezuela en particular): sobreponerse a un anacronismo histórico que condenaba a los artistas latinoamericanos al olvido porque su obra era generada a destiempo. Preocupación mayor de Soto y Cruz-Diez, por ejemplo, condenada reiterar lo inventado en Europa medio siglo antes. En dichos procesos acelerados de la cultura occidental, y tal es el caso del cinetismo incipiente, no se trata de obras suprficiales o pasajeras, sino que se las presenta como respuestas —contemporáneas al fin— donde ambos continentes artísticos coinciden.
Los argumentos de Díaz Roncero demuestran la voluntad modernizadora que los guía en su deseo de sincronía histórica con Europa y en las esperanzas que ponen en el desarrollo tecnológico de la región. El interés dado a los materiales empleados por estos artistas (acero y plástico) es una clara manifestación de su “progresismo” y de la expectativa latinoamericana que sus sociedades ponen en la noción de progreso material y tecnológico. Esa voluntad modernizadora consiguió extraordinarios logros pero fue incapaz de solucionar las profundas desigualdades sociales de la región; empeño loable reducido a falacia, sueños sin asidero real en la vida de los pueblos del Tercer Mundo que no pudieron efectivamente acabar con las enormes desigualdades sociales aunque consiguieron mejorar las condiciones de vida de millones de personas.