Los contactos con la prensa caraqueña, en especial con El Nacional donde fue ilustrador, le permiten a Carlos Cruz-Diez publicar sus artículos para promover su obra y la de sus allegados contemporáneos. Reseña la Exposición Internacional de Arte Cinético curada por el italiano Daniel Spoerri y el sueco Pontus Hulten en el Stedelijk Museum de la capital holandesa y resalta la importancia del evento en dos aspectos: para el país ya que en ella participan tres venezolanos, Jesús Soto, Narciso Debourg y él mismo y por ser una síntesis de aquellas tendencias artísticas que han conquistado “el movimiento” en el mundo entero, un factor definitorio del siglo XX. El autor insiste tanto en la universalidad del problema cinético expuesto como en la propagación que ha alcanzado, en respuesta a la angustia de su generación al sentirse “fuera de la historia”. Hay un apartado sobre la noción de “plástica” artística que trasciende los límites convencionales, pictóricos y escultóricos. Ésta porque opera con el espacio virtual; la pintura porque emplea una diversidad de materiales procurando integrar la Tercera Dimensión yendo más allá del plano pictórico que parecía definirla.
En su opinión, tres artistas que sobresalen en el conjunto: Alexander Calder, Jean Tinguely y Jesús Soto. Sin desarrollarlo, Cruz-Diez parece sugerir que las “invenciones” de muchos precursores (Marcel Duchamp, Man Ray, Naum Gabo y Aleksandr Rodchenko, entre ellos), no van más allá de lo maquinal y por lo tanto no alcanzan la dimensión del lenguaje, algo que los móviles de Calder sí consiguen, son objetos expresivos y líricos de un mundo nuevo construido con elementos de su tiempo. Trátase del artista capaz de liberarse del peso de la tradición para inventar a partir de los materiales y las herramientas de la época. En Tinguely, Cruz-Diez resalta la fuerza satírica de sus máquinas absurdas, las cuales nos hacen meditar sobre nuestra fascinación por la máquina; hurga en la noción de “accidente” que el escultor suizo introduce en el arte moderno; a su juicio, las experiencias surrealistas y dadaístas adquieren con él una dimensión insospechada. Respecto a Soto, destaca su coherencia plástica, orientada a incorporar innovaciones que enriquecen su lenguaje: sus “estructuras en plástico”, que surgieron vía abstracción-geométrica, añaden algo nuevo sobre el plano: movimiento; sus “alambres” avanzan ya hacia la disolución de la forma en favor del valor matérico. Finalmente, en sus “murales” que integran hábilmente el objet trouvé, además de raíces y redes, que el artista hace “vibrar”.