El autor presenta en 1958 un Cruz-Diez decididamente moderno, defensor de un arte basado en ideas de la ciencia contemporánea, más preocupado por la estructura interna de la materia que por los problemas sociales de su pueblo. Apenas tres años antes, el artista venezolano preparaba su primer viaje a Europa y prometía volver “más criollo de lo que soy”; esto es, sobrevivió prácticamente toda la década del cincuenta asediado por las contradicciones entre las que se debatía el medio artístico de entonces; arte de compromiso social (aunque no necesariamente político o ideológico) inmerso en la realidad cultural del país contra el arte “universal”, nacido en tiempos modernos, del cual le hablaba Jesús Soto en su correspondencia.
José Antonio Rial, dramaturgo y periodista español radicado en Venezuela, presenta un hombre preocupado por la mística del movimiento, aun cuando “el movimiento” que se enfoca no sea necesariamente el mismo; si los hombres de la prehistoria procuraron “apresar con formas quietas el misterio del movimiento”, artistas como Cruz-Diez y Soto, a su vez, “se esfuerzan por describir la materia vibrando” porque su concepto ha integrado ya las ideas einstenianas de tiempo-espacio, de Cuarta Dimensión. El barroco, según Rial, gira sobre sí mismo, en tanto que el gótico (de intentar moverse) lo hace disparándose hacia el cielo. El arte del par de jóvenes cinéticos se basa en principios fisiológicos de la visión, del movimiento como tal y, según el artículo, hay que verlo con ojos del hombre “abierto a la novedad y ansioso de conquistas”. El autor aborda, incluso, otra idea defendida por Cruz-Diez a lo largo de su vida: la de pensarse como “investigador” que se plantea problemas a partir de los cuales otros tal vez produzcan la gran pintura del futuro. En efecto, el artista se pensó siempre como un “primitivo americano”, un artista anunciante de lo que habría de venir con lo que soñó siempre.
Entre las ideas defendidas por Cruz-Diez, el artículo enfatiza la necesidad de ser artistas y teóricos, “porque grandes conceptos se han venido abajo y es preciso reconstruir”, rehaciéndolos, de acuerdo a ideas e imperativos de época. Es normal que —así como los hombres de las Cuevas de Altamira o de Lascaux buscaron atrapar el galope animal— el artista de hoy se preocupe por describir ese torbellino misterioso de la materia “ya próximo a la mente, el movimiento, de que está todo prodigiosamente construido.” El contraste entre tales afirmaciones y las que publicó en la prensa venezolana, pocos años antes, debió sorprender o exasperar a más de uno; lo que quizás explique “el error” evidente de este artículo; en vez de publicarse una de las obras abordadas por el autor (Construcciones en cadena de 1957-58), se reproduce una obra folklórica y nacionalista.