Documento(s) de interés especial para comprender los procesos plásticos y teóricos del joven Carlos Cruz-Diez (1923-2019), enfrascado en los años cincuenta en contradicciones que lo marcan hasta el final de su vida. Recibe este premio apenas un año antes de iniciar sus primeras experiencias con abstracción en 1954; por lo tanto, previo al abandonar de aquellas ideas que entonces defiende con fervor. Por un lado, el artista forma parte de aquellos que buscan conseguir una expresión típicamente americana, opuesta a la avasallante influencia europea que (quieran o no) los nutre, son creadores e intelectuales de orientación marxista con intereses nacionalistas. Por el otro, Cruz-Diez se mortifica con la idea de que nadie (en Europa ni en el mundo desarrollado) se interesa por lo que ocurre en América Latina o en países del Tercer Mundo; a su juicio, teme perder la oportunidad histórica de hacer algo trascendente. Sueña con hacer obra “universal”, importante no solo para Venezuela y los americanos, según piensan y expresan con igual fervor compañeros de estudio, entonces con residencia en París, especialmente Alejandro Otero y Jesús Rafael Soto.
El autor del artículo, identificado como P.P., lo conoce bien; le sigue la pista desde que era adolescente y publicaba sus primeras tiras cómicas en el diario La Esfera; a seguir, cuando ingresa a la Escuela de Bellas Artes logrando reconocimiento y preseas y, finalmente, al obtener el Premio Henrique Otero Vizcarrondo. P.P. se centra en El Velorio indagando intereses técnicos y teóricos. Destaca lo importante para Cruz-Diez, el hecho de emplear una técnica en desuso: la témpera. Le interesa porque se concibe entonces como un “primitivo americano”, uno de tantos que en esa época estaban asentando bases para un futuro “arte americano”.
P.P. subraya que “la ingenuidad misma de la expresión artística” es parte esencial de lo que Cruz-Diez concibe como obra, o sea, llena de costumbres típicas del pueblo venezolano. El joven se defiende de ser un artista políticamente comprometido que aborda problemas sociales y su pintura anhela encontrar una expresión propia, típicamente americana. Concluye la entrevista explicando lo que hace en ese momento, trabajar a partir de los recientes descubrimientos arqueológicos de cerámicas indígenas hechos por su amigo Miguel Acosta Saignes. No obstante tales declaraciones, en poco menos de un año el conflicto interior se produce y Cruz-Diez inicia sus experiencias abstractas, ejemplos de esa pintura “universal” que lo marcará como uno de los más fervientes defensores de un arte integrado a la tendencia internacionalista.