Este tipo de reseñas suele aparecer en la prensa de entonces sin mención de autor porque se las consideraba un trabajo rutinario y técnico, sin ninguna creatividad. La falta de consideración existía, además del periodismo, en la industria editorial de Venezuela a mediados del siglo XX; esto se suma al panorama estético con la mención de las tendencias presentes de las cuales el periodista señala cuatro: paisajismo de corte impresionista (pintores de la llamada Escuela de Caracas); los abstractos, en general alumnos de los primeros; los realistas y los expresionistas. El autor —que no se considera crítico de arte—lanza algunas preguntas que sugiere este Salón y todas ellas responden a una necesidad identitaria, preocupación mayor de la escena artística de entonces en el país. Eso fue decayendo con el tiempo, reemplazado por un interés creciente hacia “lo posible”; es decir, la invención de nuevas realidades plásticas y sociopolíticas que caracteriza una segunda modernidad venezolana.
El texto insiste en las consecuencias de la falta de una actividad crítica responsable en el medio artístico local, tanto la falta de reflexión como el no haber debate en torno a preguntas que juzga cruciales: en principio, el lugar que ocupa la plástica nacional que no está muerta ni está condenada a la repetición académica de lo inventado e Europa. Crítica solapada al conocido crítico de arte en la escena nacional, Alfredo Boulton, quien fue además jurado en varios de los premios otorgados durante el XIII Salón de Arte Venezolano reseñado. El autor se resiente de la considerable angustia causada en el medio por los años de la Segunda Guerra Mundial, durante los cuales la vida nacional permaneció aislada de “los problemas y hallazgos de la plástica mundial”. Siete años después de concluida, esa angustia continuaba presente y es algo que Cruz-Diez menciona en sus entrevistas.
Las tendencias abstractas se encuentren aún ausentes, más allá de la mención en el artículo, sobre todo si considera la importancia que cobra tras la creación en París de la agrupación venezolana Los Disidentes (1950) y de las primeras experiencias de integración del arte a la arquitectura que empiezan a realizarse en la Universidad Central de Venezuela bajo la dirección de Carlos Raúl Villanueva, donde juegan un rol central.