Este artículo de Rafael Pineda —poeta, crítico de arte y periodista reconocido en el medio nacional—interesa para el estudio de la obra producida en la época por Carlos Cruz-Diez y muchos de sus compañeros porque recoge, entre líneas, las reacciones de artistas activos en Venezuela ante las declaraciones violentas de otros jóvenes que vivían y trabajaban entonces en París; entre ellos, Alejandro Otero, Mateo Manaure, Perán Erminy, Pacual Navarro, Narciso Debourg, Dora Hersen, Aimée Battistini y J.R. Guillent Pérez, los cuales se habían lanzado abiertamente contra el arte nacional con la creación del grupo Los Disidentes (ca. 1950). Este salón, según lo reseña Pineda, se da un mes después de publicado el primer número de la revista editada en Francia por quienes incursionaban en el arte abstracto geométrico, era una posición de rebeldía ante el arte (para ellos anacrónico) que se practicaba en Venezuela. La actitud un tanto agresiva de jóvenes como Cruz-Diez que defendían no solo el arte practicado en el país, sino que confrontaban al internacionalismo de la abstracción geométrica, en la cual veían un arte importado y ciego ante las duras realidades sociopolíticas de Venezuela y América Latina.
En las pocas frases de Cruz-Diez que el autor recoge se observan sus posiciones estéticas y políticas de ese momento. A nivel estrictamente plástico, Cruz-Diez demuestra su voluntad de alejarse de los grandes maestros modernos (Paul Cézanne y Pablo Picasso), quienes sus profesores enseñaron a ver como los grandes inventores del arte contemporáneo, aferrándose, en cambio, a técnicas y temas de los primitivos flamencos donde veía un ejemplo de compromiso total con la realidad social del país al subrayar la vida de las clases populares. Cruz-Diez deseaba perderse tierra adentro e ir de pueblo en pueblo, de caserío en caserío, registrando la vida en la pobreza tan llena de plasticidad cuya verdad nadie había querido ver: “Allí están las motivaciones que busco, que no han sido vistas hasta ahora porque les tenemos en las narices”.
La orientación marxista se percibe por su rechazo de arte enfocado en problemas exclusivamente plásticos; ironizando el lema de el arte por el arte, afirma: “No es, pues, el paisaje por el paisaje” con lo que hace eco de los ataques que teóricos marxistas le hacían a aquellos involucrados en un arte de élites insensible al dolor de los más pobres. Los argumentos de Cruz-Diez interesan aquí para comprender las tensiones internas que lo aquejaban, sobre todo si se piensa que cuatro años más tarde inicia sus primeras experiencias abstracto geométricas.