Este texto de 1971 apareció en la columna semanal del diario bogotano El Tiempo, a cargo de Marta Traba y cuyo comentario es una instantánea de una artista de media carrera, Beatriz González. En la época, ésta ya había alcanzado cierto reconocimiento internacional por su relamida representación de la cultura visual colombiana. De hecho, se refleja en ella lo regional (temas políticos, religiosos y de historia del arte) originado de fotografías publicadas en la prensa popular del país. Al inicio de los setenta, González se embarcó en la indagación de tipos alternativos de lienzos, aplicando pinturas a muebles (camas, mesas, tocadores y cortinas).
La mención que hace la autora de su trabajo sobre muebles vislumbra ya la transición del lienzo hacia el objeto. Durante los años siguientes, la artista colombiana empezó a enfocarse, con mayor interés, en las obras tridimensionales.
Beatriz González (n.1938) es una artista colombiana radicada en Bogotá. Su carrera se expande durante seis décadas —de inicios de los sesenta hasta ahora— e incluye pintura, dibujo, serigrafías y cortinas, así como pinturas sobre mobiliario reciclado y objetos cotidianos. Ella misma se denomina “provinciana”, llegando a apropiarse de imágenes que reinterpreta de los medios de comunicación masiva y —en algunas de sus obras iniciales— de conocidas obras del arte europeo; es por ello que, a menudo, se la identifica con el movimiento de Pop Art, una postura que ella ostensivamente rechaza. En efecto, su obra no trata asuntos de cultura de consumo; es, al contrario, una crónica de la historia espantosa de Colombia (una interminable guerrra civil iniciada en 1948), así como una investigación sobre el “gusto” de la clase media y, en especial, por obras de arte europeas. En su producción se trae a colación la relación desigual entre su país y los centros hegemónicos (Europa y Estados Unidos), tanto en la producción cultural como en la artística; sin duda alguna, una herencia del colonialismo. Además de la amplitud de su obra artística, González ha hecho curadurías, trabajando incluso en educación museológica y en escritura sobre arte.
Radicada en Bogotá, Marta Traba (1923-83) fue una crítica cultural nacida en la Argentina y residente en Colombia las décadas de cincuenta y sesenta. Dio inicio a su carrera escribiendo en Ver y Estimar, la revista de arte fundada por el director del Instituto Torcuato Di Tella, Jorge Romero Brest. Al principio de su trayectoria, fue defensora del modernismo con objeto de unificar los artistas latinoamericanos y de legitimar, así, su obra en la arena intternacional. A finales de los sesenta e inicios de los setenta, adoptó una tendencia izquierdista poco después de ser expulsa de Colombia. En 1968,debido a su ostensiva oposición al presidente Carlos Lleras Restrepo, el exilio forzado la llevó a Montevideo, Caracas, San Juan (Puerto Rico), Washington D.C. y Paris, dando clases en universidades locales y escribiendo crítica de arte. En aquella época, publicó un libro clave: Dos décadas vulnerables en las artes plásticas latinoamericanas, 1950–1970 donde desarrolla su teoría de “resistencia artística”. Inmediatamente se tornó crítica del “imperialismo cultural”, postura a partir de la cual alentaba a los artistas a cimentar su producción dentro de parámetros de sus países de origen. Por su desconfianza en el arte experimental (Pop art, Happenings y conceptualismo), llegó a considerarlos como una importación acrítica de los Estados Unidos. A resultas de su incesante apelo, Marta Traba provocó una atención mayor a nivel internacional sobre el arte hecho en América Latina; aquel que adhería a sus propias especificidades resistiendo, así, al esteticismo universalizante. Uno de esos artistas fue Beatriz González, quien, dicho sea de paso, estudió en sus cursos de historia del arte en la Universidad de los Andes (1959-62).