Los encuentros de Joaquín Torres-García (1874–1949) con Pedro Figari (1861–1938) en París habían sido puntuales y jamás fructificaron en amistad personal, a pesar de los elogios hacia Figari que Rafael Barradas (1890–1929) prodigaba en cartas enviadas al maestro desde Madrid. Estando ambos en París, el 25 de junio de 1930, Figari envía una carta a Torres-García tratando de entusiasmarlo para que enviara obra a Uruguay con motivo del concurso del Centenario. En abril de ese año, ambos habían expuesto en la Galerie Zak (París) junto a otros dos pintores uruguayos: Carlos Alberto Castellanos (1881–1945) y Gilberto Bellini (1908–35). Vuelven a exponer de manera colectiva en un grupo mayor de artistas latinoamericanos en la Galería Castelucho Diana (diciembre de 1930). A pesar de estos fugaces encuentros —y de una visita que Torres-García le hace a Figari en su casa-taller parisina— hubo una mutua reticencia a entablar un diálogo sobre lo específicamente pictórico. Era obvio que los problemas de la pintura los encontraban bastante alejados entre sí. No hay registros de que hayan vuelto a verse en Montevideo, durante el período en que ambos estuvieron en esta ciudad, entre 1934 y 1938. Pero, si no hubo cercanía, tampoco hubo disidencias públicas, explícitas, entre ambos. Las hubo, sí, entre quienes representaban a uno y a otro: Carlos Herrera Mac Lean (1889–1971), en referencia a Figari, y los editorialistas de la revista Removedor en el caso torresgarciano.
El hecho de que la gran exposición retrospectiva ya mencionada de Figari estuviera a cargo del arquitecto —realizándose en 1945, un año cargado de críticas a Torres-García y a su Taller— motivó el artículo de Removedor que firma Héctor Ragni (1897–1952). Si bien la crítica está dirigida hacia los elogios que se pronunciaron en el evento y en escritos sobre los temas en la pintura de Figari, el carácter peyorativo que asume el término “literario” en este mordaz artículo alcanza sin duda a su propia pintura y al criterio curatorial de Herrera Mac Lean, ávido de “mostrar todo” sin criterio selectivo ninguno. La causticidad, en la mayoría de los artículos de Removedor implica, sin duda, una crítica “a la defensiva”. En otras palabras, una manera de promulgar, por contraposición, la postura contraria ya sea frente a todo tradicionalismo local o bien debido a los asuntos anecdóticos llevados a la pintura; ambos reiterados hasta el hartazgo por el maestro.