En este texto acerca de la obra de Clever Lara (n. 1952) se considera que el artista hace uso de espacios figurativos de tipo renacentista y una paleta que recuerda a Diego de Velázquez (1599–1660). Sin embargo, frente a este posicionamiento de Ángel Kalenberg (n. 1936), el cual apela a la tradición del oficio virtuoso, en la obra de Lara se insertan señales del mundo contemporáneo mediante escenarios donde priman objetos olvidados, desechos “que antes fueron otra cosa” o “naturalezas muertas de objetos muertos”. Sobre ellos —según el crítico y comisario del envío uruguayo a la Bienal de Venecia (1986)— el artista agrega una dinámica topográfica a manera de mapa, de líneas y punteados, de recorridos que sugieren el desnudamiento de procedimientos del dibujo; en otras palabras, del orden estructural que la obra final normalmente oculta. Kalenberg observa las tendencias seguidas por el artista en consonancia con cierta naturaleza nostálgica de los uruguayos, la cual redundó (a través de la economía nacional depreciada) en la costumbre generalizada donde nada se elimina y todo se recicla. Lo que en otros espacios puede ser “desecho”, en un plano local trastoca su sentido hasta transformarse en clave identitaria. En este camino de reflexión, el crítico de arte asocia a Lara con las disciplinas de la memoria, que son aquellas que marcaron la agenda de búsquedas culturales en los ochenta, años de la posdictadura y recuperación democrática. En ese contexto, la importancia de la obra adquiere relevancia como una de las diversas maneras que expresaron “el retorno de lo real”, en aquella década decisiva, mediante una representación cargada de guiños posmodernos.