La sociedad occidental de los años sesenta protestaba contra las estructuras del poder vinculadas a la producción industrial, a la dominación neocolonialista y a la cultura consumista en brusca expansión. El movimiento hippie, las revueltas estudiantiles y sindicales, así como las luchas de liberación nacional fueron expresiones de tal situación. Por su parte, los artistas emergentes remarcaban la ruptura con el valor tradicional del objeto artístico. Las prácticas del denominado “arte de acción” pasaron a ser vehículos del estrecho nexo entre arte y vida, destacándose, entre ellas, los happenings y performances, la instalación y el environment. Grupos tales como Fluxus (Alemania) o Gutai (Japón) retomaron los montajes artísticos que ya habían sido introducidos en las veladas futuristas o sesiones dadaístas de las primeras vanguardias al inicio del siglo XX. En el documento, el artista visual Silvio de Gracia (n. 1973) expone la trascendencia que a su juicio el “arte de acción” ha tenido en Latinoamérica. Este, según afirma el artista uruguayo Clemente Padín (n. 1939), fue un instrumento político, convirtiéndose, desde su práctica, en una herramienta más para la reflexión y la defensa de los derechos humanos. En otras palabras: “en los años setenta y ochenta, el compromiso de muchos artistas con la defensa de los derechos humanos, sociales y políticos ante los atropellos de los regímenes antidemocráticos encontró en la performance un género que ha manifestado su eficacia en la denuncia y sensibilización popular”.