Durante la dictadura cívico-militar en Uruguay dominó un gobierno represor que prohibió los partidos políticos, ilegalizó los sindicatos, censuró los medios de prensa, persiguió, encarceló y asesinó a sus opositores. Sin embargo, hubo ciertos nichos del campo cultural que persistieron, de manera activa, ante una realidad tan adversa. El poeta experimental, diseñador gráfico, artecorreísta, performer y networker Clemente Padín explica en el documento que la producción artística de estos grupos se desarrollaba en espacios de tránsito —no legitimados— que incitaban al análisis de los procesos de recepción de las propuestas artísticas. Esto ocurrió particularmente después de 1980, año en que un plebiscito organizado por el propio gobierno para reformar la constitución y perpetuarse en el poder fue ampliamente rechazado. A fines de los años setenta y principios de los ochenta, Padín participó en redes de artistas que produjeron un flujo de imágenes, datos e informaciones dedicado a denunciar las violaciones de los derechos humanos en todo el planeta. En este documento, Padín explica que su obra fue una estrategia de acción promovida por artistas compatriotas y extranjeros, los cuales compartían el mismo objetivo: no trabajaban para museos ni galerías, sino que se proponían el salir a la calle y convertir a su público “espectador” en un “constructor-creativo”.