El arte uruguayo que había transitado por el naturalismo academicista desde el siglo XIX, que había tenido un giro hacia el paisajismo autóctono en la pintura del planismo a principios del siglo XX, y había experimentado, en 1934, su primer impacto desestabilizador con la llegada de Joaquín Torres García (1874–1949), registró un segundo impacto a principios de la década de los cincuenta con la irrupción del arte concreto y de la abstracción geométrica. Con ese trasfondo, el surgimiento del “Dibujazo” en los años sesenta (paralelamente a las prácticas de una nueva pintura “informalista”) imprime otro giro; esta vez, hacia un neorrealismo y un expresionismo “urgentista” de los jóvenes dibujantes. De ese modo, la generación del “Dibujazo” expresó contenidos ligados al entorno social, recogió la visión de los asentamientos precarios que (a mediados de esa década) comenzaban a definir un cinturón en torno a la ciudad de Montevideo. Fue, en general, testimonio de las nuevas formas de violencia sociopolítica, al tiempo que ironizó acerca de los medios masivos de comunicación. A gran escala, el factor de mayor relevancia que marcó este fenómeno local de efervescente creatividad fue el clima de rebeldía frente a la tradición, clima que bajo diversas formas se produjo coetáneamente en todo el mundo.
Como precursores del “Dibujazo” destacaron los siguientes artistas: Nelson Ramos (1932–2006), que abordó el dibujo otorgándole la misma jerarquía que a la pintura; Jorge Páez Vilaró (1922–94), quien adoptó el dibujo como medio expresivo con un empuje inusual, llevándolo a la escala mural; Teresa Vila (1931–2009), quien había comenzado en la figuración libre y que profundizó en el conceptualismo de talante político, happenings y performance; Magali Herrera (1914–92), cuyo arte derivó hacia formas cercanas al Art Brut; Eugenio Darnet (1929–2015), cuya particular figuración monstruosa planteaba una metáfora de la violencia; Eduardo Fornasari (n. 1946), Marta Restuccia (n. 1937) y Nelson Avdalov (n. 1947), los cuales definían su plástica como “visceral”; Domingo Ferreira (n. 1940), destacado sobre todo como ilustrador; y Beatriz Battione (n. 1949), entre muchos otros.
A fines de los años sesenta, el “Dibujazo” se afirmó como movimiento plástico; además, provocó el auge del dibujo en Uruguay teniendo diversos correlatos en América Latina. En 1975, en la entrega del Escarabajo de Oro a los mejores creadores, la dictadura militar reprimió el evento y encarceló a un grupo de dibujantes. Debido al acontecimiento, muchos de los artistas emigraron y el movimiento perdió su antiguo perfil. Durante los años sesenta varias instituciones —Feria Nacional de Libros y Grabados, encuentros de Artes Gráficas organizados por el Club de Grabado, Museo de Arte Americano de Maldonado, Galería U, Galería A, Galería Palacio Salvo— apoyaron al dibujo y a la gráfica. Lo que el “Dibujazo” intentó designar no es un solo conjunto de obras, ni tampoco de artistas; tampoco sería un período estrictamente caracterizado por una técnica, y menos aún por un estilo. Fue, más bien, un fenómeno que podría llamarse de “sinergia cultural”, resultado de la confluencia de factores múltiples y difícilmente separables.