En 1933, estando en Madrid, Joaquín Torres García (1874–1949) toma contacto con el autor de este artículo, Guillermo de Torre (1900–1971), marido de Norah Borges (1901–98). Desde ese momento se intensificará una amistad basada en el respeto mutuo y la admiración intelectual. Ese mismo año en que fallece JTG (1949), un compañero de ruta en el París de inicios de la década de treinta, Michel Seuphor (1901–99) publica L’art abstrait. Ses origines, ses premiers maîtres, donde el maestro uruguayo es ignorado olímpicamente, soslayado como figura protagónica en la conformación del grupo de artistas abstractos Cercle et Carrè. Tampoco es considerado siquiera como pintor abstracto relevante. El crítico da a conocer, entonces ,en la revista uruguaya Clima (tras la Guerra Civil Española, estaba residiendo en Buenos Aires) un artículo donde reacciona enérgicamente contra lo que considera un etnocentrismo del ambiente cultural parisino; es más, un chauvinismo que construye una historiografía del arte más que eurocentrada, parisinocéntrica.
El articulista señala la importancia que tuvo el período montevideano de Torres en su trayectoria como maestro y como artista, contrariando la “ignorancia” que Seuphor adopta sobre el período. Dada la relación amistosa cultivada entre ambos, el escritor español es incapaz de eludir el elogio afectuoso y la caracterización moral de JTG, a quien considera un ser “insobornable” dotado de “radicalismo artístico”, “ardor apostólico” y “espíritu proteico”.
Como gran paradoja de otro cariz eurocéntrico, vale señalar la escasa importancia que de Torre otorga al interés de JTG por la cultura indoamericana; llega a aclarar que “pronto se alejó de eso” en función de una idea de universalismo atemporal. Contrariamente a esa afirmación, habría que señalar que JTG nunca dejó de inscribir al arte indoamericano dentro de una metafísica y dentro de lo que solía llamar la Gran Tradición del Hombre Abstracto. Por ello mismo, sus estudios indoamericanistas nunca tuvieron un acento regional ni estuvieron al margen de concepciones universalistas. Más aún, en el transcurso del texto, el autor discute la filiación cubista del arte abstracto y las relaciones del constructivismo torresgarciano con el surrealismo, citando antagónicamente al coleccionista y marchand alemán de arte Daniel-Henry Kahnweiller (1884–1979) y al poeta-militante surrealista Benjamín Péret (1899–1959), por sus posturas negadoras del arte abstracto.