Cuando Hans Platschek (1923–2000) escribe este artículo, hacía más de diez años que se encontraba radicado en Montevideo. Durante la conflagración europea, había llegado como inmigrante a causa de la persecución judía en Alemania; por otra parte, había sumado a su formación alemana (sobre los temas y las prácticas del arte) la experiencia montevideana que domina en gran medida la presencia del TTG (Taller Torres García) durante prácticamente toda la década de cuarenta. Sin haber ejercido de modo sistemático la crítica de arte (se desenvolvía sobre todo como pintor), Platschek fue uno de los escritores que demostró mayor conocimiento y madurez en este campo; llegando a extender sus análisis hacia aspectos de la política y de la psicología social raramente abordados por otros ensayistas uruguayos de la época.
En este artículo, Platschek se plantea la cuestión de un “arte joven” a partir del nuevo horizonte abierto por la finalización de la contienda universal; pero no oculta su temperamento escéptico ante lo que considera un “arte epigonal” en el marco de “una sociedad infértil”. El artista teutón habla de la oposición “realidad viviente” vs. “quimeras espirituales e ideológicas”; a su juicio, estas últimas la involucran. La dificultad de un “arte joven” radicaría en penetrar esa envoltura en vez de quedarse en cuestiones doctrinarias. Percibe un horizonte promisorio en la posibilidad de abrir nuevas investigaciones en el arte abstracto; pero, al mismo tiempo, observa un “tono de postración espiritual” en el mundo y entre los artistas locales.
Su postura contra el arte figurativo-imitativo y contra toda forma de academicismo, tiende a conceptualizar la conquista de la forma-signo en el arte moderno como una marca trascendente arrebatada al caos de la conflictividad social contemporánea. Sostiene él que las discusiones pueden darse en términos de “la técnica” y de “la doctrina pictórica”; no obstante, el asunto de fondo siempre termina siendo la “posición ética” del artista. Esta individualidad moral es, para el autor, promisoria; indica la asunción de una responsabilidad para con los problemas del mundo. Asunto que va acompañado de una desconfiguración de los “movimientos” y de los programas grupales; afirma, “asistimos al ocaso de las escuelas y a la afirmación forzosa del pintor”.
Tanto cuando habla de la relevancia de la cuestión ética, como cuando se refiere a la necesidad de “continuar el linaje de la tradición viva” del arte moderno (que no es repetir lo que se hizo entre 1910 y 1930), Platschek parece referirla al propio discurso torresgarciano cuyas bases implican una ética existencial unida al compromiso con la “gran tradición” de un humanismo —y esto debe subrayarse— asumido siempre en términos abstractos.