En 1953, año de la publicación de este Manifiesto, comenzaba a plantearse con pujanza la cuestión del arte abstracto vs. figurativo, la cuestión del concretismo y del invencionismo en el arte incentivado por las polémicas en torno al grupo argentino MADÍ [ver en el archivo digital ICAA: “Madí o el arte esencial : en torno a la controversia sobre el arte no-figurativo”, por Gyula Kosice (doc. no. 742696)]. Simultáneamente, mantenían su vigencia las tendencias expresionistas a las que había dado lugar el “realismo social” en décadas anteriores. A este escenario se suma la permanente desconformidad de los artistas con los jurados políticamente elegidos para salones y concursos oficiales. No eran considerados lo suficientemente ecuánimes o lo suficientemente eclécticos.
Iniciada la década de los cincuenta, la falta de galerías de arte especializadas y de un mercado constituido como tal, así como los nuevos debates doctrinarios en materia estética junto al decaimiento de espacios no institucionales habilitados para exposiciones e intercambio público, crearon un clima de confusión. Tal desconfianza y frustración en el campo de las artes visuales es la que, de alguna manera, contextualiza este Manifiesto. En sus términos proclamatorios no pasa desapercibida cierta ingenuidad y reiteración de lugares comunes propios de grupos de artistas que buscaban ampliar su base social operativa. La mayoría de los firmantes era casi desconocida, aunque figuran algunos nombres que adquirieron relevancia en años posteriores: Eduardo Amézaga (1911–77), Glauco Capozzoli (1929–2003), Ángel Damián (1913–1973), Alfredo Halegua (n. 1930), Manolo Lima (1919–90), así como la destacada pintora y grabadora Petrona Viera (1895–1960).