En una fecha desconocida, presumiblemente entre 1875 y 1900, arribó a Montevideo procedente de Madrid el pintor valenciano Emilio Mas (n. 1860). Había sido alumno de la Academia de Bellas Artes de Barcelona y condiscípulo de Joaquín Sorolla y Bastida. En Montevideo realizó fundamentalmente retratos, con una pulcra técnica naturalista que él no siempre utilizaba de manera convencional. Muchas veces introducía inesperados acentos dramáticos, como si buscara repentinamente apartarse de ese conformismo mundano que fue característico del luminismo español. Cada vez más apremiado por una enfermedad mental, fue internado, en 1910, en un Hospicio de Alienados ubicado en las afueras de Montevideo. Allí permaneció —pintando sin cesar— hasta su muerte, en 1928.
Es muy escasa la información disponible acerca de su itinerario, de su situación personal, de sus ideas y del destino final de su obra, dispersa o irremediablemente perdida. Lo cierto es que Mas no se destaca como pintor, en el Uruguay, por sus retratos más o menos académicos realizados a fines del siglo pasado. Lo que lo llevó a trascender (aunque lejos de un lugar de consideración en la historiografía del arte nacional) fueron los pequeños bocetos hechos durante su reclusión hospitalaria. Uno de sus médicos tratantes, el psiquiatra Isidro Mas de Ayala (autor del artículo), tuvo una franca afinidad personal con este paciente. En dos oportunidades, el autor relata diversos aspectos testimoniales de sus vínculos: la primera vez, en el presente artículo aparecido en la revista La Pluma (1928); la segunda vez, en una novela publicada en 1941, bajo el título de El loco que yo maté, donde Mas de Ayala introduce aspectos biográficos reales del pintor valenciano, aunque encarnados en una trama ficcional que toca los límites de una crítica a la propia psiquiatría que ejerce.