El ensayista, escritor y crítico literario uruguayo Gervasio Guillot Muñoz (junto con su hermano gemelo Álvaro) hicieron un proficuo trabajo de investigación y de ensayo —principalmente de carácter literario— volcado a los autores en el ámbito parisino de fines del siglo diecinueve y principios del veinte. En Montevideo, ambos fundaron —con el escritor y periodista Alberto Lasplaces— la revista cultural Cruz del Sur (1924–31); pero su aporte más destacado implica las investigaciones sobre la obra del poeta francés (de origen uruguayo) Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont. Trátase del autor de los Cantos de Maldoror, el cual, para André Breton, Salvador Dalí y otros fue referencia incuestionable del movimiento surrealista en el siglo XX.
En este artículo de la revista Clinamen, Guillot revisa el ciclo del surrealismo desde su inicio (1924) hasta la Segunda Guerra Mundial y asume una doble crítica en torno al estado del movimiento en los años cuarenta y su pertinencia: desde el punto de vista filosófico y desde el punto de vista político. En el primer aspecto, Guillot lo considera agotado, reiterativo del argumento “irracional” y sin haber podido superar el dualismo radical sujeto-objeto. En el segundo aspecto, considera válida la actitud de algunos de sus antiguos miembros, los cuales trasladaron presupuestos transgresores del surrealismo original al plano de las ideas políticas, y a la militancia política de izquierdas (Guillot lo denomina “socialismo científico”).
Este somero análisis del proceso histórico del surrealismo al que refiere Guillot —que va desde un “nihilismo escéptico” en torno a la angustia existencial, hasta una asunción ideológica de la política anticolonialista y del papel social del artista en la coyuntura mundial— parte de algunas referencias. Sobre todo las relativas a la “inquietud del siglo”, al malestar o “mal del siglo”, recordando así los escritos inconclusos de Benjamin Crémieux. Llama la atención en este sentido que Guillot, habiendo señalado este inestable estado espiritual de los intelectuales europeos después de la primera conflagración, y habiendo estudiado a dos franco-uruguayos (Ducasse y Laforgue) y otros que sin duda alimentaron el movimiento surrealista francés deje de lado la lectura psicoanalista. Lo incuestionable, aquí, es que significó un quiebre con “lo real” y una reivindicación del inconsciente; por lo tanto, es inadmisible la omisión a la perspectiva de Sigmund Freud, tratándose, en la década de treinta, de un “Malestar en la Cultura”.