Varios gobiernos latinoamericanos así como también miembros de las elites intelectuales tenían la esperanza —iniciado el siglo XX— de alterar las relaciones de dependencia existentes entre Europa y América Latina. Factores políticos y culturales consolidaron sentimientos de índole “americanistas” con obvias reacciones antiimperialistas. Figuras como las del escritor cubano José Martí (1853–95), la del uruguayo José Enrique Rodó (1871–1917) entre muchos otros, contribuyeron a forjar dicho sentimiento aunque sin desestimar aspectos sustantivos del legado cultural europeo. En los años treinta, a instancia norteamericana, se consolida el fenómeno del “panamericanismo” —movimiento político, económico y social que, desde los Estados Unidos, fomenta las relaciones y cooperación entre los países del continente. El intento pretendía definir una nueva relación entre las antiguas colonias europeas y el Nuevo Mundo.
El poeta Emilio Oribe (1893–1975) perteneció a una generación de escritores posterior a la denominada “Generación del Novecientos”, para la cual el positivismo de sus padres debía ser relativizado bajo un idealismo moral que implicaba, también idealismo filosófico. En su texto, el autor afirma, precisamente, que pese a la creciente percepción de una identidad específicamente “americana” nunca se renunció a la herencia europea. Aun en la situación de guerra en la que se encontraba, Europa siguió siendo un referente para la intelectualidad de América Latina. Un acontecimiento que es importante destacar y contextualiza el mensaje de Oribe es un evento cultural: el Congreso Anual del Pen Club Internacional, celebrado en Buenos Aires (1936), el cual acentuó los nexos culturales entre América Latina y Europa. En su congreso, el Pen Club procuraba la convergencia entre pensadores de diversas nacionalidades en torno a ciertos ideales políticos. Si bien América Latina se presentó en el evento como descendiente de la civilización occidental —asumiendo responsabilidad ante los desastres y el caos que vivía Europa— otros intelectuales latinoamericanos defendieron la adultez de nuestro continente, desplazando las fronteras de la cultura de Occidente, reclamándola para ellos mismos, aunque sin excluir la herencia tanto indígena como africana. Es decir, hubo latinoamericanos que, pese a la diversidad, reclamaban un nuevo humanismo capaz de encajarse con las especificidades de su experiencia social; y hubo otros más interesados en el compromiso “filial” con la cultura occidental.