Felipe Nóvoa (1909–89) dedica su artículo a la obra xilográfica de Carlos González (1905–93). Básicamente autodidacta-, este artista había ganado el primer premio (medalla de oro) en el Salón Nacional de 1943 con la obra Muerte de Martín Aquino. Nóvoa destaca su personalidad recia, el conocimiento acumulado y profundo de la cultura del campo uruguayo, la que plantea en sus obras a través de gran capacidad de síntesis, tanto en monotipias como en xilografías. Resalta, además, su determinante voluntad de mostrar situaciones de miseria, aunque colocadas en el marco de una cosmogonía propia. El analista observa en González una percepción muy poco común para representar al trabajador rural uruguayo: nutrido por generaciones de leyendas y relatos (que González reproduce). Son pobladores de pueblos pequeños, seres duros y al mismo tiempo de una calidez y humor de pulpa jugosa. Destaca en el artista la capacidad contemporánea de síntesis formal, una habilidad de grabador para permitir que actúe (como elemento expresivo) la veta natural de la madera, la representación con deformaciones monstruosas y frontales de los seres duros que habitan el mundo agreste. En el artículo, no deja de estar presente la crítica social: los troperos, peones, domadores, alambradores de González, son producto de “la amarga realidad del latifundio”; seres que el artista muestra en “la tríada básica de toda cultura: hombres, seres y cosas”, los cuales se contraponen a otra mirada: aquella que consiste en la sola exhibición de paisajes cuyo objetivo es servir de “telones de fondo de recetas nauseabundas”.