En la década de los cuarenta bajo una atmósfera afectada por la compleja y catastrófica situación mundial, los artistas uruguayos tienden a cultivar una iconografía “escapista”; o sea, lírica, en busca de soporte temático en “la naturaleza” pretendiéndose continuar la cultura humanista gravemente amenazada. Este neo-romanticismo se contrapone a los desastres propiciados por la tecnología y la guerra; en otros términos, se retoma una tradición cultural expresada en pinturas paisajísticas que recuerda la ética naturalista-romántica francesa. En 1936, en Uruguay se creó la CNBA (Comisión Nacional de Bellas Artes) organismo compuesto por políticos e intelectuales, los cuales, en su mayoría, coincidían generacionalmente y procedían de antiguas familias vinculadas con la aristocracia nacional (terratenientes y directivos de bancos). La configuración de valores hegemónicos y el proteccionismo hacia la actividad artística definieron un arte marcado por el naturalismo y el paisajismo (de corte impresionista), mantenidos y promovidos a través de Salones Nacionales, bajo selección controlada. El autor, expresa su opinión crítica ante esta situación, que la define como históricamente estancada; en general, en línea del periodismo de AIAPE, tanto el descontento como la preocupación, y la oposición franca a las medidas impuestas por el gobierno de la época. Lo hicieron mediante declaraciones públicas e incluso participando en movilizaciones convocadas por organizaciones populares.
El interés de este artículo radica en que define, con bastante nitidez, el conflicto de las artes plásticas en 1940, puesto en evidencia por la tensión, la confusión y la indiferencia que marca el discurso intelectual del momento. El autor reitera una interrogante: ¿qué piensan, qué afirman? Lo cual da cuenta de la perplejidad del crítico y de las dificultades para definir el papel cultural de los medios de prensa en el meollo de una situación de crisis sociopolítica.