Carlos Rangel Guevara (1929–88) fue un politólogo, historiador y periodista venezolano que escribió dos libros fundamentales sobre la América Latina: Del buen salvaje al buen revolucionario (que ya en 1977 llegaba a su novena edición) y El tercermundismo (1982). El autor fue defensor de los valores occidentales —la economía de mercado y la libertad de expresión que habían conducido a muchos países a la riqueza y al ejercicio de la democracia— en contra de su permanente crítica desde la intelectualidad de izquierda. Por esa razón, Rangel representó la contraparte de la intelectualidad de izquierda de entonces. Su libro, del que se toma aquí el primer capítulo de igual título, fue un fuerte llamado de atención al “victimismo” con que los latinoamericanos ven la situación de atraso de nuestros países en relación al Primer Mundo, muy en particular, los Estados Unidos. Rangel ejemplifica con la teoría de la dependencia o del subdesarrollo —promovida por diversos autores como Theotônio dos Santos, Fernando Henrique Cardozo, André Gunder Frank, Paul Baran— según la cual, y reduciendo el problema a lo más esquemático, somos pobres porque ellos son ricos. En su análisis incisivo sobre los procesos revolucionarios sufridos por algunos de nuestros países, el autor revela que los errores han sido fundamentalmente nuestros, y en buena parte debido a esa visión mítica de una sociedad utópica, dominada por el “buen revolucionario”, que sacrifica la libertad en aras de la igualdad. El libro de Rangel, afincado en el liberalismo, iba más hacia la reivindicación del “aprismo” (partido popular revolucionario liderador por el peruano Víctor Haya de la Torre), que marcó distancia desde la década de treinta de las pretensiones hegemónicas del comunismo soviético (y luego del cubano). En ese sentido, el autor se sitúa en la tradición humanista en Venezuela de Augusto Mijares, Mariano Picón Salas y Arturo Uslar Pietri. Para el momento de su publicación, el país había entrado en un período de distensión política, superada ya la violencia guerrillera, y en un franco ascenso de las masas a un mayor bienestar gracias al auge del precio mundial del petróleo. El mundo del arte se beneficiaba por la expansión de museos, galerías, becas para los jóvenes artistas que ahora ya escogían países anglosajones desde donde aportaban al debate nuevas vanguardias (happenings, perfomances, arte conceptual o minimalismo); implicaba la proyección del arte venezolano al mundo y la recepción, sin cortapisas, de lo que ocurría afuera del país. El mejor ejemplo del cambio de actitud puede constatarse en la decisión del pintor Jacobo Borges (el más representativo de la contestación de izquierda) de comerciar su obra en Nueva York.