Hacia 1981, con motivo de la investigación para su tesis académica, el crítico de arte venezolano Juan Carlos Palenzuela (1954–2007) tuvo la oportunidad de registrar la última entrevista al artista plástico Pedro Ángel González (1901–81). De hecho, su importancia se centra en hacer una suerte de recuento de su vida que es, antes de nada, un testimonio artístico. En los datos que se brindan se da cuenta de historias que revelan su particular interés pictórico por problemas visuales y cromáticos. Ejemplo de ello es la anécdota del por qué los pinceles de Armando Reverón no tenían la laminilla de metal que une el mango con las cerdas; sucede que el pintor, en El Castillete de Macuto, los retiraba para evitar que los reflejos con la luz natural no afectaran la impresión óptica del color en su retina. Más allá del aprecio por la novedad técnica, el detalle refleja una compresión del hecho creador, pictórico y lumínico a cabalidad, en la teoría y en la práctica. Asimismo, al hablar de su experiencia al visitar la exposición que realizó Samys Mutzner en el Club Venezuela de Caracas, en agosto de 1918, González pone de manifiesto su interés por todo lo referente a la luz (iluminación o luminosidad), enfatizando la firme impresión que le causó la forma de resolver y tamizar la luz que utilizó Mutzner en aquel salón que, bajo ningún aspecto, fue realizado para exhibir cuadros.