A partir de 1991, el pintor Víctor Hugo Irazábal (n. 1945) canalizó sus búsquedas estéticas a través de referentes provenientes del paisaje y la geografía venezolanas: inicialmente con el territorio de Paraguaná, y posteriomente y de manera definitiva, con la selva del Amazonas. Numerosos viajes permitieron a Irazábal concretar un lenguaje plástico nutrído de la visualidad presente en la selva y en la vida de los grupos humanos allí asentados. Lejos de reproducir signos o diseños, el artista llevaba a cabo un proceso de reelaboración que otorgaba a sus creaciones un lugar concreto dentro de la creación contemporánea, aunado a las preocupaciones del momento relacionadas con la identidad latinoamericana.
Federica Palomero (n. 1954) rescata en este texto categorías como las del signo y el lenguaje, que definen el funcionamiento (de profunda calidad gráfica) de algunos planteamientos de Irazábal. De igual modo, ella toma en cuenta nociones del artista viajero e intercambios con las rutas de exploración del pasado (tales como la de Alexander von Humboldt), las cuales trazan un paradigma sujeto a constante revisión. El tiempo y la inmensidad amazónicos constituyen, dentro del trabajo de Irazábal, marcadores de una innovadora experiencia de lo sensible, donde lo real sólo llega a nosotros vía metáforas y recursos expresivos determinados. Finalmente, el texto aporta una reflexión sobre el problema de la alteridad; una preocupación constante tanto de la década de noventa como de las paradojas inherentes a dicha condición, dependiendo del contexto de su aplicación. La representación de la alteridad como reflejo de una preocupación por la identidad, a su vez, introduce el riesgo de la asimilación o de la reproducción.