En el año 2000, el Museo Alejandro Otero, Caracas, organizó una exposición individual de la pintora venezolana Emilia Azcárate (n. 1964), donde hacía una muestra representativa de su trabajo reciente en pintura, dibujo, escultura e instalación. El evento daba visibilidad, de igual modo, a la síntesis expresiva alcanzada por Azcárate en sus diversas búsquedas sobre la materialidad, los elementos orgánicos y las técnicas asociadas a éstos. El texto del curador, Adolfo Wilson, ilumina las significaciones de la propuesta desde la perspectiva lingüística y, yendo más allá, penetra en las posibilidades poéticas de la escritura. Asimismo, destaca su visión de la “huella” o la “impronta” que la artista ejerce sobre la obra, convirtiéndola en un tipo de “registro” del proceso creativo; registro que pone en evidencia no sólo la acción del cuerpo sobre la materialidad, sino la cualidad matérica manipulable de los componentes. Tal acercamiento a la naturaleza se corresponde con la configuración de una nueva visión del paisaje, emergente en el arte joven venezolano de los noventa, y que (en la propuesta de Azcárate) subvierte estrategias de intervención en el ambiente para introducir éste en el espacio museal. Finalmente, la cualidad procesual de la obra constituye para Wilson una posibilidad de analizar las relaciones entre tiempo, espacio e intervalo en la configuración de una escritura particular.