En 1980, el pintor y dibujante venezolano Saúl Huerta (n. 1948) presentaba una muestra individual con el título Saúl Huerta en la Galería Minotauro de Caracas. El texto de Bélgica Rodríguez acompaña el evento y ofrece una lectura que rescata, de la obra figurativa del artista, un gran componente psicológico y, en consecuencia, una cualidad plurisémica: dimensión a menudo desplazada en las creaciones figurativas. En la obra de Huerta, inscrita dentro del movimiento del Nuevo Dibujo en Venezuela —cuyo auge se verificó precisamente entre las décadas de los setenta y ochenta— prolifera todo tipo de significaciones en un ambiente onírico poblado de personajes fantásticos, figuras humanas deformadas y una fauna singular y surreal. Tal como lo señala Rodríguez, lo que pudiera considerarse como “narratividad” (derivada de lo figurativo) constituye en realidad una estrategia expresionista, bajo la manifestación de estados interiores y actualización de eventos pasados, a través de un ejercicio de memoria. De igual modo, la construcción de una “fauna” particular, introduce la obra de Huerta en el lenguaje de lo arquetípico y de lo mítico: los referentes, así, provienen de una dimensión personal y no tanto de una estructura basada en las convenciones propias de la representación. El texto aporta, entonces, la comprensión de que (en las tendencias de esta década) no sólo se verifica un retorno a la figuración sino que se insiste en sus posibilidades; o sea, su capacidad para abarcar problemas de representación y aportar soluciones expresivas que apunten hacia una expansión del género.