Ruth Auerbach contrapone, en este ensayo, la forma en la que se asumió la curaduría de la III Bienal Nacional de Arte de Guayana (Ciudad Bolívar, 1995) frente a aquellos lineamientos previos con los que se venían llevando a cabo las convocatorias para otros salones nacionales en Venezuela. En la crítica de la curadora, la mayoría de los Salones de Arte en el país no recogían el espíritu innovador y experimental del arte joven contemporáneo que emergía; sino, por el contrario, parecían consolidarse como espacios destinados a la complacencia de un público cerrado y atraído por lo que la autora tilda de “arte de clavito”. Al asumir una postura crítica, la autora afirma que, a diferencia de aquellos Salones realizados con la intención de complacer el gusto de audiencias avocadas a un arte más bien de cuño decorativo, la Bienal de Guayana asumía el reto de promover e incentivar el arte emergente en el país. Abría sus puertas a aquellos artistas con propuestas de nuevas alternativas y nuevos modos de confrontación a los rasgos vigentes en el arte contemporáneo universal. La situación referida por Auerbach se puso en evidencia en el 51 Salón Michelena (Valencia, Estado Carabobo, 1993), donde, de 109 artistas participantes, solo seis lo hicieron en la categoría de nuevos medios.
[Como lectura complementar para este texto, véase otro ensayo de Auerbach sobre la V Bienal Nacional de Arte de Guayana, realizada en 1997: “Texto y contexto para una bienal” (doc. no. 1101666)].