El texto del crítico venezolano Roberto Guevara (1932–98) inaugura no sólo un espacio de confrontación expositiva con una vocación singular, sino una reflexión (hasta entonces poco explorada) en materia de relaciones entre medios tradicionales y lenguajes contemporáneos. La Bienal Barro de América, organizada en Caracas, dirigía su mirada hacia los lenguajes y técnicas desplazados; más allá de eso, pretendía tornar visibles las riquezas derivadas de la integración de elementos expresivos y medios aparentemente disímiles. Con asistencia de 57 artistas (reunidos gracias al elemento común del barro) se enunciaba un retorno a las estructuras primordiales y a la posibilidad de dialogar entre materiales y discursos. La primera edición de la bienal asumió dicho gesto simbólico en una fecha significativa como lo fue el Quinto Centenario del encuentro de dos mundos (1992) y la voluntad de llevar adelante un programa de integración entre pueblos latinoamericanos.
El texto curatorial de Guevara esclarece el diálogo propuesto por la Bienal al mismo tiempo que sistematiza aquellas creaciones participantes que superaron la categoría de la materialidad. De este modo, se reivindica el elemento plástico dentro de la creación contemporánea, otorgándose una estructura conceptual para pensar (y ordenar) las búsquedas derivadas de la pertenencia, la memoria o la propuesta conceptual. Guevara acierta, además, en la imposibilidad de “concretar” homologaciones o clasificaciones para las obras participantes, debido a su riqueza discursiva y a su carácter abierto; su propuesta de agrupamiento obedece más bien a una necesidad de expresar intereses concretos, puestos de manifiesto en el escenario de la exposición. El recorrido del autor pone en evidencia la diversidad de propuestas y estrategias en torno al barro: de lo tradicional a los nuevos medios, de la auto-legitimación a la reelaboración. De hecho, trátase de un nuevo campo de investigación que se extendería a lo largo de cuatro ediciones más (hasta 2004).