En 1976, el Museo de Bellas Artes de Caracas organiza la muestra Manuel Mérida (n. 1939). Trátase de obras ambientales en las cuales el pintor venezolano exhibe su nueva propuesta basada en grandes telas y papeles arrugados. El texto del catálogo, a cargo de Lourdes Blanco, sistematiza una trayectoria diversa y llena de tensiones donde, lejos de restar fuerza al producto final, se genera un territorio propicio para la reflexión sobre las posibilidades creativas (en base a innovadores medios, medios mixtos, introducción de variables sean matéricas o cinéticas). A partir de allí, Mérida se plantea la necesidad de considerar la manifestación del arte como si fuera un “campo expandido”, que puede valerse de la tradición en un ámbito de funcionalidad y exploración en torno a nuevas posibilidades expresivas. En ese sentido, la exposición de 1976 decanta una trayectoria que, según ilustra el texto, es heredera de la experiencia artística acumulada desde los años cincuenta con la escenografía. Hay, además, su constante interés en desarrollar una obra que, inclusive desde la perspectiva convencional, cuestiona su propia condición e introduce factores generadores de fenómenos. En consonancia con el arte objetual de esa época, el énfasis en los efectos, y en lo referente a esta muestra sobre la naturaleza ambiental de las piezas, señala el interés de Mérida en mostrar artefactos generadores de experiencia.